El impase no es una experiencia fácil para quienes fuimos educados en la cultura norteamericana. Se nos enseñó que si nos esforzábamos un poco más, si éramos más astutos, si nos organizábamos más eficazmente, tendríamos éxito. No fue fácil para mi admitir que me sentía impotente; imaginarme que todos los medios que conocía para lograr cambios no eran suficientes; aceptar que lo que había hecho en los movimientos religiosos de justicia social durante cuarenta años, a pesar de ser bueno y de haber producido algunos cambios, no podía rectificar las injusticias sistémicas de nuestro tiempo. Sabía que no había conseguido tocar los corazones de las personas ni atizar su pasión por una visión evangélica de la justicia y de la paz. Se necesitaba algo más.

En la Iglesia he tenido este mismo sentimiento de impase. Las experiencias que tuve visitando a las oficinas del Vaticano, cuando estaba en la presidencia de la Conferencia de Liderazgo de las Mujeres Religiosas, me hicieron claramente ver la realidad: que algunos oficiales del Vaticano nunca podrían comprender la experiencia de las religiosas en los Estados Unidos. Era casi inútil e incluso contraproducente intentar comunicarse por nuestros medios habituales.

Llegué a creer tres cosas:

Estamos en un impase en las esferas social y eclesial.

Nada menos que la contemplación, que llega a lo más profundo de nosotros y estimula la creatividad que Dios nos da, nos ayudará a imaginar nuevas maneras de responder con amor.

Debemos llevar a cabo esta contemplación individual y colectivamente.

Encontré esta creencia expresada en el artículo de Constance FitzGerald, O.C.D., “Impasse and Dark Night”. En este artículo ella interpreta la experiencia del impase a la luz del concepto y el simbolismo de la ‘noche obscura’ de Juan de la Cruz. Describe las señales del impase, que son: un corte de comunicación; la incapacidad de rectificar una situación a pesar de los esfuerzos bien intencionados; la disminución de la esperanza; la aparición de la desilusión y una obsesión con el problema.

Cita la teóloga Dorothee Soelle: “Cada tentativa de humanizar el impase debe comenzar por el fenómeno de la impotencia vivenciada y reconocida, lo que puede entonces activar fuerzas creativas que nos permiten superar el sentimiento de estar sin poder.”

Constance FitzGerald, escribe que “La experiencia del impase puede ser una fuente de crecimiento y transformación creativos si está plenamente apropiada con el corazón y la carne, de manera consciente y consentida; si enfrentamos audazmente las limitaciones de nuestra naturaleza y condición humana, permitiendo que el dolor de nuestra finitud invada el espíritu humano con una impotencia verdadera y existencial; si el ego no exige comprender en nombre del control y la previsibilidad, sino que está dispuesto a admitir el misterio de su propio ser y a entregarse a dicho misterio; si entramos libremente en la senda que lleva a lo desconocido, a los márgenes incontrolados e imprevisibles de la vida, al desvanecerse la senda de la claridad mortal.

La noche obscura revela la “sombra,” el lado obscuro del deseo. Si nos negamos a leer las señales de la noche obscura en nuestra sociedad y evitamos apropiarnos del impase, vemos la razón fría, desprovista de imaginación, dirigirse con lógica mortal hacia la violencia, hacia un endurecimiento ante la miseria, hacia un sentimiento de inevitabilidad, hacia la guerra y la muerte. Y somos testigos de la proyección de nuestra sombra nacional sobre otros.”

C. FitzGerald, habla del significado espiritual de estas experiencias “sin salida” y explica cómo el Espíritu Santo nos educa y transforma mediante lo que ella llama estas experiencias de impase ineludibles e indeseadas. De acuerdo con esta interpretación, lo que se asemeja a la desintegración y a la ausencia de significado es, a un nivel de fe más profundo pero escondido, un proceso de purificación que conduce a una experiencia de resurrección. Asumir el impase –o noche obscura–es liberar el Espíritu para que nos empuje en la dirección de la intuición, la imaginación, la reflexión contemplativa y el discernimiento continuo.

La experiencia del impase es el camino que los participantes eligieron para entrar en contemplación y diálogo común. Nos dejaremos llevar profundamente en esta experiencia abriéndonos al Espíritu y a la sabiduría que nos ofrece.

Texto de Nancy Sylvester, IHM

© 2003 Institute for Communal Contemplation and Dialogue
Reimpresión con autorización: iccdinstitute@aol.com

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